
Portugal tiene dos santos casamenteros: San Antonio (bendito, dame un buen novio) y San Gonzalo (un San Valentín portugués). Pero el patrón de Amarante, ayuda más a las mujeres mayores.
San Gonzalo llegó a la capital del río Tâmega con una labor de evangelización como dominico. Se asentó en una ermita en ruinas, Nuestra Señora de la Asunción. Cada vez más fieles se acercaban y el río no era fácil de cruzar. San Gonzalo reconstruyó la ermita y el puente con ayuda los vecinos de Amarante. Tras su muerte, años después, D. João III mandó construir el convento actual que lleva el nombre del beato. Allí está enterrado San Gonzalo, santo para el pueblo.
El monasterio se fundó en 1543 por João II, Pero no se acabó hasta 1620.
Del interior, destaco las columnas, de las más bonitas que he visto. Y el claustro y el órgano.



Parece ser que ayudó a viudas a casarse de nuevo, a hombres a solucionar problemas de impotencia y las jóvenes encontraban marido se volvían fértiles. De ahí el dulce con forma fálica, de diferentes tamaños, y cuya venta estuvo prohibida durante la dictadura. Se le llama vulgar o cariñosamente los cojoncillos, carajiños de San Gonzalo. Todo corresponde al culto pagano.

Pero su fama, como decía, es sobre todo como “casamentero de las viejas” y eso parecía no gustar a las jóvenes. Existen canciones o cuartetos populares que versan sobre esto. Los más graciosos:
«San Gonzalo de Amarante,
casamentero de las viejas
¿Por qué no casas a las jóvenes?
¿Qué mal te hicieron ellas?»
Existen otras más simpáticas o eróticas:
«Si vas a San Gonzalo,
tráigame un San Gonzaliño.
Si no puede con el grande,
tráigame uno pequeñito».
Y el mejor para mí gusto:
«San Gonzalo de Amarante,
cáseme bien que podéis.
Tengo telas de araña,
donde ya sabéis»




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